Mirando hacia el 68, con ojos jóvenes

Avenida 18 de Julio frente a la Explanada de la Universidad. Montevideo. Paro Internacional de Mujeres en Uruguay 2018. 8 de marzo de 2018. Media Red

El amanecer eclipsado

Iván Tubío Sanlés

Estudiante de Ciencias Políticas y Estudios internacionales en la Universidad Carlos III, de Madrid.

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Libertad, espontaneidad y sexualidad. Bertolucci proyecta en The dreamers algunas ideas fundamentales que rodearon aquel mayo de 1968, sobre todo, la “revolución sexual” que acompañó al movimiento y que materializa, en el fondo, el motivo de las revueltas: un profundo y contradictorio cambio de valores. Octavio Paz recordaba que lo que realmente dejó tras de sí el mayo del 68 fue un intenso aroma sensual inserto, desde ese momento, en el palimpsesto de la Historia. Sin embargo, esta reivindicación sexual estaba en la raíz misma del movimiento estudiantil, fuerza motriz de las demás revueltas. Poco antes del comienzo de las protestas estudiantiles, los estudiantes se habían manifestado y encerrado ya en una residencia de estudiantes no mixta para pedir el fin de esta división. Esa fue su primera reclamación: la libertad sexual. Esta última no era para nada baladí. Mucho más lejos de su aparente banalidad, significaba la constatación de un cambio profundo en la sociedad.

Los denominados trente glorieux constituyeron un período de extraordinario crecimiento económico en todo el mundo, surgido de la destrucción de la II Guerra Mundial. Conjugado con unas oportunidades políticas extraordinarias, como consecuencia de la oposición ideológica y económica de ambos bloques durante la Guerra Fría, el periodo permitió que cierta clase media asomase la cabeza entre unas elites -que habían perdido parte de su capital en la Guerra- y los obreros y desposeídos que no fueron participes de la fantasía de la sociedad de consumo ni de los frutos del desarrollo económico. La affluent society, tal y como la definió Galbraith, permitió detener la expansión socialista y crear un mecanismo audaz para reprimir cualquier tipo de movimiento, mucho antes incluso de las revueltas de mayo del 68: el consumismo, la sociedad de consumo.

La sociedad de consumo, conseguida gracias a la dispersión del método fordista y de las sinergías de la sociedad americana, con su producción a escala, en otros países del Globo, dio lugar a la posibilidad de crear un nuevo artificio identitario: la clase media. En si mismo, mayo del 68 parece una respuesta al aburrimiento de la sociedad de consumo- tal como expresó Debord- y a ese intento de anulación de la clase obrera, y lo que es más importante, de la identidad obrera. Sin embargo, hay algo impreciso en toda interpretación generalista: Mayo del 68 es justamente el resultado esperado de la deriva de las sociedades occidentales, las sociedades de los países económicamente desarrollados, en consecuencia directa del cambio de valores asociado a la modificación de las circunstancias materiales de millones de personas. Tal y como analiza Inglehart, durante las décadas anteriores a mayo del 68 se va gestando un notable cambio en la perspectiva vital: las necesidades básicas y la seguridad estaban conseguidas para una gran parte de la población que observa como sus condiciones de vida mejoran sustancialmente en comparación con las de sus progenitores. En este clima se produce un avance hacia la utopía, hacia la idea, se abandona la importancia de la estabilidad material-valores materialistas- y surgen reclamaciones de libertades que nunca antes se habían exigido en tal medida, de derechos imprecisos por los que no se habían manifestado antes: la cultura, el arte, el sexo.

Los nuevos derechos y libertades dejan de ser elementos superfluos de la vida humana y pasan al primer plano de la realidad, a alentar la lucha por una libertad entendida en un sentido mucho más amplio. Sartre arenga a las masas de estudiantes a luchar por esta abstracción amplificada, por una libertad más amplia que camina entre lo colectivo y lo individual, entre lo existencial y lo social. En Checoslovaquia, en la frontera entre la Europa occidental y capitalista y el Este socialista, la búsqueda de una mayor libertad, el forcejeo contra la censura, contra la represión ejercida por un hipertrofiado Estado soviético a través del Pacto de Varsovia, impulsa la Primavera de Praga. Dubcek -recién elegido presidente- alienta nuevos horizontes de libertad en una Checoslovaquia ciertamente oscurecida, donde autores como Kundera eran prohibidos. Se trata, en definitiva, de una lucha por la idea y basada en la idea, donde las reclamaciones precisas de derechos quedaron en un segundo plano -quizá deberían haber tenido mucho más vigor. Todo ello explica que fuesen los estudiantes, los intelectuales y artistas quienes hicieron brotar el movimiento en una primera fase y que fuese casi imposible encauzar y traducir las consignas revolucionarias a través de un movimiento de largo alcance. Eran “hijos de Marx y la Coca-Cola”, de la inmediatez y convulsión posmoderna, de una sociedad de consumo que, sin darse cuenta, ya había atado y atrapado en sus garras a los ciudadanos, a los estudiantes, manifestantes e incluso a un sector creciente de obreros.

Finalmente, “Marx” no ganaba en el Este, donde un anquilosado Estado soviético reprimió duramente las protestas en Checoslovaquia; ni en Occidente, donde el sistema capitalista a través del consumismo y el Estado del Bienestar consiguió inmunizarse a cualquier protesta posterior a mayo del 68, e incluso convertir las proclamas revolucionarias en elementos del sistema -mercantilización del sexo, del arte, del movimiento Hippie…. La “Coca-Cola” se impuso en las décadas posteriores de tal manera que incluso los logros de los “años gloriosos” fueron paulatinamente minados y derribados finalmente por una nueva versión del sistema: el neoliberalismo. Thatcher, Reagan, Friedman fueron disolviendo poco a poco el propio Estado del Bienestar, la relativa igualdad y los derechos de los trabajadores. Los sindicatos, que ya se habían mostrado como parte institucional del sistema durante mayo del 68, perdieron su anterior potencial tras la revolución conservadora, que fue la que realmente triunfó.

Con todo esto, podríamos pensar en rendirnos, en abandonar la lucha por esa anhelada libertad, en claudicar y decir “que paren el mundo, que me apeo” tal y como expresaban algunos carteles del 68.  Con todo, justo en este momento de la Historia, 50 años después del eclipse de aquel amanecer, del oscurecimiento en el devenir de las décadas de aquellos valores nacientes, o de su absorción por parte del sistema de una forma particular y peligrosa, debemos alzar de nuevo la voz, limpiar el asfalto y dejar paso a una marea que recupere aquellos valores, junto con muchos otros derechos y libertades que han perecido en el camino. Es el momento, estamos asistiendo ya al verdadero amanecer de esos valores. El movimiento feminista es solo un ejemplo. Podemos vaticinar que la tendencia actual de la desigualdad traerá consigo nuevas protestas, que engrosarán las que hemos vivido en los últimos años, pues, o el sistema -tanto en su aspecto económico como político- consigue inmunizarse y adaptarse o estará destinado a desaparecer. Debemos en todo caso mantener la lucidez y una perspectiva amplia y fundamentada para poder enfrentarnos a los retos del presente y del futuro sin perder nunca un cierto grado de utopía. Tal y como sentenció Fernando Birri: “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

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*Iván Tubío Sanlés (Pobra do Caramiñal, 1999) cursa estudios de doble grado en Ciencias Políticas y Estudios Internacionales

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