Imaginarios

 

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IMAGINARIOS DEL 68

Francisco Javier Gallego Dueñas

Doctor en sociología, historiador, profesor de secundaria y poeta.

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El final de los años 60 culminaba un proceso inédito en la historia. La generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial alcanzaba su madurez en un mundo convulsionado por la Guerra Fría y animado por la música y las drogas en un nivel cualitativamente distinto a épocas anteriores. El rock como música popular había conectado con una juventud que podía acercarse a estas experiencias gracias al desarrollo de la radio y a la accesibilidad de la industria discográfica y los instrumentos musicales por la mejora del poder adquisitivo. La cultura de masas tenía una banda sonora de guitarras. El movimiento hippie, heredero en gran medida de los beatniks, prometía un paraíso floreado de paz y conexión con el lema de “turn on, tune in, drop out”. La estética hippie dotaba a la música de un extra, de algo más de música, un compromiso. El compromiso con un estilo de vida pacifista (contra la guerra de Vietnam) y pacífico (haz el amor y no la guerra), autosuficiente, comunal, de amor libre y rechazo a la cultura del consumismo y la propiedad. Adorables melenudos armados con una guitarra (“This machine kills fascists”, llevaba en la suya, Woodie Guthrie). La ética y la estética hippie cruzaron el Atlántico y se fundió con la tradición crítica que se desarrollaba en el continente, lo que se empezaba a llamar post-estructuralismo y terminó en posmodernidad. Al principio era una sugerente amalgama de freudomarxismo, con la suspicacia como bandera, aunque, visto con el tiempo, no dejen de parecer ingenuos (con lo que le desagrada a los intelectuales franceses ser tachados de ingenuos).

Las experiencias con las drogas abrieron la puerta a nuevas formas de socialización y celebración. Todavía eran usadas para abrir las “puertas de la percepción”, para “ver” –ahora su objetivo es alcanzar un ciego–. El uso comunal de la marihuana cedió paso a los alucinógenos, en un principio también consumidos en grupo, pero –¿qué duda cabe?– terminaron por desintegrar las comunas hasta el punto de aparecer para muchos sectores como armas de los servicios de inteligencia para desactivar el movimiento estudiantil (he visto a los mejores frutos de mi generación…). Aquellos veranos del amor estaban dotados de una imaginación poética que sintonizaba perfectamente con las experiencias del LSD –o viceversa–.

Las circunstancias que motivaron el Mayo Francés reflejan la reacción de una cierta clase social ante unas condiciones materiales y espirituales que se suponían estables. La aplicación de las doctrinas keynesianas a las políticas económicas después de la Segunda Guerra Mundial, unidas a la inyección revitalizadora del Plan Marshall y la presión de unos partidos obreros, y, sobre todo, de unos sindicatos muy poderosos hicieron posible un milagro económico con tasas de paro cercanas al pleno empleo, unas perspectivas vitales estables y el despliegue del consumismo que ponía, por primera –y quizás, única– vez al alcance de cada vez mayor número de personas un modo de vida impensable una generación anterior. La era de la clase media acomodada que llegaba a la universidad. Acomodada y aburrida.

Y precisamente a esa acomodación responde esta revuelta, porque el aburrimiento es contrarrevolucionario, no querían un mundo donde la certeza de no morir de hambre viniera con el riesgo de morir de aburrimiento. Ante la perspectiva de llevarse toda la vida en un trabajo, llevar una vida programada, muy similar unos a otros… imaginación al poder. Siempre se ha acusado al Mayo Francés de estar protagonizado por hijos de la burguesía, niños bien que no tenían otro problema que el aburrimiento y que pretendían, por encima de todo, epatar al burgués. Fue mucho más. La Razón, después del despiadado análisis de Adorno y Horkheimer, quedaba como un fascista más, imponiendo sus normas de manera autoritaria. Había que salirse, escapar, escandalizar, provocar una respuesta. El futuro era gris y había que pintarlo de colores. Fueron lo suficientemente visionarios para percatarse, con Marcuse, que el Hombre estaba en trance de convertirse en parte de un mecanismo poderoso de reproducción social. Bourdieu les explicaba claramente cómo funcionaban esos mecanismos. Y no sólo tenían la intuición, los filósofos como Debord, los poetas callejeros y los letristas de las canciones, les estaban ofreciendo el vocabulario perfecto para abanderar la revuelta. La Razón nos dirige al matadero, desafiémosla, prohibamos prohibir, porque debajo de los adoquines está la playa, seamos razonables, pidamos lo imposible.

Quizá todo fue una excusa para perder clases y para poder tener relaciones sexuales desinhibidas y sin compromiso siguiendo la revolución sexual de W. Reich. Y también fue importante. La tragedia es que todo aquello fue usado con fines contrarrevolucionarios. Las demandas del 68 se han cumplido de un modo siniestro: inseguridad laboral y social, ruptura del pacto social entre las clases sociales y del pacto intergeneracional, de la educación como un derecho,; la libertad que había que conquistar se ha perdido entre las redes de ofendidos y poscensura, el no te fíes de los mayores de 30 se ha convertido en no contrates a los mayores de 30. Los hippies devinieron yuppies, los lemas tornaron en eslóganes publicitarios, la libertad fue una marca de vaqueros y de coches, la revolución se reduce a probar una nueva tónica. El estilo de vida alternativo, la creatividad se convirtieron en el arma del neoliberalismo para fomentar una cultura de precariedad y subempleo. Prohibieron prohibir las fake news, debajo de los adoquines estaban nuevas urbanizaciones. Los ataques de la antipsiquiatría a los manicomios terminó dejando a las personas con problemas de salud mental dependientes de sus familias. La escuela tradicional memorística requería un desaprender que se ha convertido en el despropósito de las nuevas leyes educativas que pretenden que los alumnos aprendan sin enseñar ningún contenido, dejándolos a merced multiuso del empleador flexible. La provocación sólo queda para la publicidad, que es, a fin de cuentas, lo que incita al deseo.

Parece que fue más bien una enfermedad autoinmune, una especie de alergia provocada por el exceso de higiene, una respuesta para los que tenían de todo. La movilización, pese a todo, fue formidable, llegó a desafiar a las altas esferas del poder político ante la perspectiva de que los obreros se unieran a este desquiciado movimiento. Ahora el poder ha aprendido que las asambleas en la calle son sólo pintorescas incomodidades que sólo perdurarán en forma de relatos de ancianos contando batallitas. Ahora el 1% ha aprendido que todas las demandas son fuentes para un estudio de mercado a través del big data. Porque es precisamente de lo que huían aquellos hippies por lo que luchamos en este mundo del neoliberalismo.

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Imaginarios del 68: actividades propuestas

  • Educación plástica y visual: identificación y descripción de las corrientes estéticas de la época
  • Música: identificación y descripción de los movimientos musicales del periodo
  • Valores éticos: identificación y descripción del contexto bélico del momento y del movimiento pacifista
  • Historia Contemporánea, Filosofía: Identificación de la iconografía de Mayo del 68 (representaciones estéticas asociadas a componentes conceptuales)
  • Economía: análisis del contexto socioeconómico que impulsa las reivindicaciones del movimiento
  • Historia, Economía, Filosofía: identificación de las líneas de evolución/transformación del imaginario de mayo del 68